
Fue en el Año del Señor de 1.118, cuando pronuncia sus votos de pobreza, castidad y obediencia ante el Patriarca de Jerusalén, la expedición enviada a Tierra Santa con Hugo de Payns, señor de Montigny y oficial de la Casa de Champagne, al frente de ella, con la nada despreciable misión de proteger los caminos y los lugares de peregrinación del cristianismo. Todo esto sería de lo más normal si no fuera porque ese grupo estaba formado sólo por nueve personas.
Primero hagamos una breve reseña histórica del insigne lugar, elegido por esos freires, para establecer su centro de operaciones. El Rey Salomón quiso levantar un Templo en Jerusalén, en al-Haram-al-Sharif, lo que ahora se conoce como la explanada de las mezquitas, para dar cobijo al Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley de Moisés. Nadie podía entrar en el sancta sanctorum, donde se guardaban las reliquias, excepto el sumo sacerdote que lo hacía sólo una vez al año. Cuatro siglos más tarde, Jerusalén es arrasada y el Templo, destruido hasta sus cimientos, por las tropas babilónicas de Nabucodonosor II. Desde entonces, se le pierde la pista al Arca.

“Sólo aquellos verdaderamente capaces de enseñar a los demás, llegaban a ostentar altos cargos en el terreno intelectual, moral y económico. Pues la verdadera meta siempre era el conocimiento, la justicia y el bienestar. Como requisito indispensable para alcanzar sus objetivos, los Templarios aprendieron el pasado céltico de Europa, mientras que en el Medio Oriente y en la España musulmana, aprendieron el árabe, que les permitió penetrar en aquellas tierras y así tener un contacto más directo con las grandes tradiciones orientales. Fue de este modo como se enriquecieron con las enseñanzas secretas de los gnósticos, de los coptos y de los esenios.”
Circula otra leyenda en la que se presenta a Bernardo asistiendo a un milagro. Siendo niño, estaba orando ante la imagen de la Virgen Negra de la Iglesia de Saint Vorles, cuando solicita a la Madre una señal con estas palabras: “Monstra te esse Matrem”, es decir, “Muestra que eres Madre”. Entonces la estatua vertió tres gotas de leche en los labios de Bernardo.





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